viernes, 19 de noviembre de 2010

Aquellos hombres grises

Una de las tantas dificultades que uno logra apenas vislumbrar al momento de abordar el estudio de la Historia es la pérdida del contacto con la realidad en la búsqueda de esquemas explicativos. Es decir: en el intento de comprender la complejidad de un momento histórico, es posible perder de vista a los protagonistas de carne y hueso. Este problema se hace violentamente palpable cuando es el nazismo el tema de estudio en cuestión. Es posible luego de extensas lecturas conocer los mecanismos que conformaron “la Solución Final para el Problema Judío”, pero miles de páginas avaladas por las Academias pueden resultar inservibles para asomarnos a la inmensidad interna de aquel que miró a un niño, caminó con él decenas de metros hasta internarse en un bosque, lo hizo acostar y, tal como le habían enseñado, disparó en su nuca.

Aquellos hombres grises logra sortear aquella dificultad al colaborar en la comprensión de la maquinaria nazi pero al mismo tiempo nos permite asomarnos a aquellos individuos que precisamos colocar fuera de nuestra noción de humanidad para conciliar el sueño. Tal vez aquí reside lo más revulsivo del libro: el impacto ocasionado por las descripciones de las matanzas es superado cuando comenzamos a sospechar que aquello fue realizado por hombres muy comunes colocados bajo condiciones tan particulares como posiblemente repetibles. El autor Christopher Browning coloca su atención en un grupo de 500 civiles provenientes de la ciudad de Hamburgo que integran un escuadrón de Policía destinado a imponer el orden en tierras polacas que quedaron detrás de la avanzada nazi. La mañana de 13 de julio de 1942 viajan hasta una ciudad polaca y antes de ingresar reciben en palabras del comandante una particular misión a cumplir: deben reunir a la población judía, unas 1700 personas, separar a los hombres y enviarlos a un campo de trabajo. El resto, mujeres, ancianos y niños, deben ser fusilados. Luego de recordar el sufrimiento de la población alemana bajo los bombardeos, el comandante hizo una oferta extraordinaria: si alguno de los hombres con más edad no se veía con ánimos para realizar esa tarea podía dar un paso al frente. Browning estudia las declaraciones judiciales de los integrantes del batallón realizadas luego de finalizada la guerra con una pregunta a cuestas: ¿Cuál es el motivo por el cual sólo un grupo ínfimo aceptó aquella oferta de madrugada? Los integrantes del cuerpo de policía no habían recibido especial adoctrinamiento ideológico para realizar tal aniquilación. Tampoco habían sido seleccionados previamente para acciones de este tipo: su misión original era de control. A partir de allí las preguntas se multiplican. Aquellos hombres grises dieron muestras de disgusto en la ejecución directa de los fusilamientos, pero no han mostrado resistencia en participar en las redadas de ciudades y traslados de población judía hasta los vagones de tren que los conducían a un final ampliamente conocido. ¿Es que el no apretar el gatillo los exculpaba de responsabilidad?

Sería tranquilizador decir que la lectura de Aquellos hombres grises nos hace descender hasta el mismo Infierno. El libro de Browning nos recuerda que es posible hallarlo al ras de la tierra.

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